Por favor, no te vayas

Quizás siempre me encuentro queriendo nadar un océano, quizás siempre me encuentro queriendo alcanzar la profundidad. Hay días que se siente inalcanzable y me agota. La idea de pensar que siempre va a ser así, que la estabilidad pende de un hilo, o de varios, y la sensación de que aprieta cada fibra de mi piel. Pero me sumerjo. Porque, ¿qué otra cosa haría?

Nado, atada, a veces impaciente por sentir la suavidad del deseo. A veces calma, prestando atención al sonido del agua. El vacío y lo imperturbable de ese momento. Las voces que lentamente se apagan, la incertidumbre en mi cuerpo, flotando e intentando inútilmente atrapar algunas reglas. Perdiendo el control por completo, y el vacío apoderándose cada vez más fuerte en mi.

La búsqueda en la profundidad.

Lo que me estremece, lo que crea nuevas preguntas. El misterio, la seducción en lo desconocido. Lo que hace que me olvide de parpadear, porque no quiero dejar de ver ni siquiera un segundo. Y nado en esas aguas. Y con un dedo voy recorriendo cada gota que, sin intentarlo, me arrastra a esa profundidad y no puedo sentirme más plena. Abro las manos, cierro los ojos, y dejo ir todas esas reglas absurdas que intenté atrapar porque ¿para qué? ¿cuál es el sentido exactamente?

No voy a seguir negandolo.

Porque cuando mi cuerpo me habla, sólo quiero llevarlo a nadar.

¿Cuál es el sentido de la vida, si no deseamos descubrir la profundidad del otro?